Archivo del blog

miércoles, 19 de agosto de 2009

Critica del diario Clarin

Alrededor del sueño

Una obra pensada, dirigida y representada por Vanesa Weinberg, sobre lo que pasa cuando dormimos.

Por: Camilo Sánchez

EL LIMITE DE LA VIGILIA LA ACTRIZ JUEGA E INVESTIGA SOBRE LO QUE PASA CUANDO TERMINA EL DIA.

Como si se tratara de un detalle mínimo del Valle de la Luna, o algo así, el piso y las paredes del espacio escénico -acolchado y tridimensional- está integrado por grandes contornos de goma espuma tallada que guardan, refractadas por la luz, formas extrañas. Se alude, desde antes del inicio de la obra, a ese misterioso ejercicio cotidiano de todos, esa casi desconocida vuelta de hoja que deja, por un instante o por unas horas, el mundo en suspenso. Se alude, en definitiva, al sueño,El borde infinito. En ese espacio escénico intrigante, duerme -eso parece, al menos- una mujer.

Las palabras, deliberadamente, tampoco van a aclarar nada. Un
koan, esas frases con que los maestros zen hundían a sus discípulos en la perplejidad, es lo primero que se escuchará en la obra. Vanesa Weinberg inquiere, con ella, a su compañero de escena, Guy Barel: Cómo era tu rostro antes de nacer, le dice, para dejarlo, justamente, sin palabras.

Este trabajo de Vanesa Wein berg está planteado en varios frentes: tratamiento plástico y una mix de danza y de teatro. No es casual: esa búsqueda, de alguna manera, también aglutina los diversos recorridos que ella lleva adelante, desde hace más de veinte años, desde los tiempos en que integraba el dúo las Hermanas Nervio en el Parakultural, su pasaje por El Descueve, las obras que montó junto a Damián Dreizik y sus incursiones en piezas de densidad dramática como
Venecia, por ejemplo.

En
El borde infinito hay momentos de la mujer en soledad y otros en que aparece alguien que tal vez sea, por ella, convocado, en sueños. A ése que ella llama le dice, mirando hacia afuera: No es parecido a ningún otro día. Y avanza, otro paso. No es parecido a ningún otro silencioso elogio que yo haya hecho de la luz vaporosa, como las gaviotas del sueño de hoy.

No se trata, sólo, de incrustaciones poéticas, de citas
a lo que está naciendo en este momento, hay también momentos muy precisos de humor y otros de coreografías -algunas violentas y feroces-, trabajadas, se percibe, con tiempo a favor.

Es que la narración porosa, sorpresiva, cargada de guiños de
El borde infinitointenta, a través de movimientos coreográficos, pequeños nudos dramáticos, y algunos textos mínimos, hacer pie en esa zona ambigua donde la vigilia y el reposo desvirtúan la certeza. Allí donde empieza lo divertido.


link: http://www.clarin.com/diario/2009/08/08/espectaculos/c-00701.htm

Critica de Lucho Berdogaray

martes, julio 14, 200

teatro // El borde infinito, de Vanesa Weinberg

Cuando el cuerpo y la razón duermen, los sueños se convierten en dueños absolutos de nuestro descanso y nos lanzan a ese mundo asombroso donde los dioses de antaño podían aparecerse para revelar misterios, donde la ciencia encuentra elementos para liberar la salud de la psiquis, donde mucha gente insiste en encontrar la fija para jugar a la quiniela. Pero bastante más acá de teofanías, psicoanálisis o timba, el mundo de los sueños es un campo de liberadora impunidad donde se despiertan nuestros deseos, miedos y fantasías.
Así considerado, ese mundo es una fuente infinita para cualquier expresión artística que pretenda recrearlo. Pero no siempre esas representaciones llegan a buen puerto, pues apenas se lo intente manipular, se desvanece. El sueño es inasible, de ahí el fracaso o el escaso valor que puede tener cuando se lo fuerza, por ejemplo, para ponerlo al servicio de un relato.
En El borde infinito, Vanesa Weinberg nos regala un rato de sueños, respetando sus locas estructuras, sus repentinas rupturas y sus deleitables sinsentidos. No pretende usarlos para decir algo: se atreve a mostrarlos como son, poniéndose asimismo como intérprete (junto a Guy Barel) al servicio de lo que los sueños dicen. Y de eso se nutren la riqueza y la fortaleza de este espectáculo, pues al proponer lo onírico como eje y marco, obtiene su más genuina belleza.
Contraponiéndose al mundo de la vigilia –sólido, resistente, limitante–, el diseño del espacio escénico aparece como el primer gran acierto de este trabajo: las paredes blandas y fácilmente franqueables, el piso amable pero también potencialmente inseguro, material que flota caprichosamente. Un mundo de gomaespuma que, además de brindar una textura adecuada, nos remite al soporte más democrático de nuestro dormir.
Y ese espacio que sin dudas se ha inspirado en el fino trabajo físico que exhiben Weinberg y Barel, aparece como la motivación, la invitación indeclinable a que sus cuerpos vivan obedientes a todo antojo, zozobrando en incertidumbres que estando despiertos se ufanarían de tener domesticadas, rebeldes ante cualquier ley, maleables hasta lo insospechado. Lo ilógico de la dramaturgia –no por eso incoherente– juega con inteligencia en ese margen de incertidumbre que nos impide siquiera concluir si ambos intérpretes son la misma persona, si es ella o él quien sueña a los dos, o incluso si los dos están siendo soñados por un tercero, y nada de esto sabremos, pues jamás nos asomamos a la vigilia: solo se nos permite observar (y gozar) un lado de ese borde infinito.
Y felices sueños.

Lucho Berdogaray

Critica del diario Página 12

martes, 4 de agosto de 2009